martes, 21 de abril de 2009

CINE POBRE: Los oficios invisibles del audiovisual cubano

Por primera vez en la mesa de discusión del VII Festival Internacional del Cine Pobre de Humberto Solás no se sentaron directores de cine, fotógrafos, productores o editores, sino que en su lugar aparecieron rostros más anónimos, pero igual de esenciales y determinantes en lo que ha sido la historia, en este caso, del cine cubano.

El trabajo de Magalis Pompa (maquillista), Violeta Cooper (vestuarista), Luis Lacosta (escenógrafo) y Lolo (tapicero) no es tan glamoroso como el de los actores o el director, es por ello que son olvidados a la hora del homenaje, aunque sus nombres aparezcan en casi todos los filmes del ICAIC. El Foro “Los oficios invisibles en la industria del cine: Una escuela pendiente” que sesionó en la Casa de la Cultura de Gibara, durante el evento, busca justamente hacerles justicia.

Enrique Pineda Barnet, que participa en el Festival con su último largometraje “La anunciación”, fue el encargado de rescatar de la desmemoria nombres como el de Julián Ruiz o Carmelina García. “Julián era el hombre que te preguntaba ¿cómo quieres las patas de las sillas que aparecerán en la película: estilo Luis XV o Luis XVI? Él sabía esas cosas. Carmelina, con un cepillo de alambre, envejecía las chaquetas en un momento.”

También recordó a aquel señor mayor que con una esponja, un poco de agua sucia y unos golpecitos en la pared, le daba un aspecto de envejecimiento instantáneo.

Para la mayoría de los asistentes al Foro, sobre todo para los realizadores que participan en el certamen gibareño es toda una novedad reconocer a un maquillista o escenógrafo como cineasta. Fue por ello que Pineda comenzó el debate justamente por definir el término “cineasta”, dentro del que, según apuntó el director, caben tanto utileros, choferes, como productores o fotógrafos: “es todo aquel que ha hecho cine”.

Por supuesto que los jóvenes realizadores o los que solo conocen el cine de bajo presupuesto o el digital, que vendría siendo lo mismo, no tienen la culpa de marginar a estos oficios invisibles. Seguramente la mayoría no ha tenido en su staff de producción a una persona encargada de la escenografía, o del maquillaje o del vestuario. Si en ocasiones no pueden pagar un actor, es lógico que mucho menos a un maquillista o vestuarista.

Magalis Pompa habló de su amor al cine y de que trabajaría incondicionalmente con Pineda, por ejemplo. También habría que preguntarse si haría lo mismo con los jóvenes realizadores que ahora pululan en este Festival.

El Foro no tocó ese apartado. Era el momento de recordar y así lo hicieron todos. Pineda definió el nombre de Magalis como un genérico en el maquillaje, así como en Cuba se le empezó a decir Frigidaire (como la marca) a cualquier refrigerador, o en el Oriente de esta misma Isla, aún se le dice Cubalse (nombre de una corporación) a cualquier jaba de nylon.

Lacosta contó que en sus numerosos trabajos con Manuel Octavio Gómez, realizador cubano de amplia filmografía, confeccionaba los diseños en grandes cartones, que le hacía firmar a su director, para constatar luego, que ya habían sido aprobados por él. Cuando Manuel Octavio le decía “no has hecho nada de lo que te dije”, Lacosta ostentaba la firma del propio Manuel que aseguraba lo contrario.

Violeta Cooper recordó que cuando Humberto Solás no daba su aprobación a un vestuario, no se lo podía poner ni a los extras: “yo transformaba ese que no le había gustado, le ponía dos o tres cosas, pero él lo reconocía donde quiera, así que opté por no ponerle a nadie lo que a él no aprobaba”.

Manuel Herrera, realizador y director de la Cinemateca de Cuba, contó cómo Violeta lo ayudó en un momento difícil para él, cuando dos de sus actores se quemaron durante una filmación, y ella le dijo: “levántate que el único que no puede caerse eres tú”.

Lolo comenzó a trabajar en el ICAIC en el `61, tapizando las 12 sillas, del antológico de igual nombre de Tomás Gutiérrez Alea. “Lolo es un monumento, pero activo, pensante y crítico”, dijo Pineda Barnet.

Se mencionó allí el sentimiento de “memoriarte”, definido así por Pineda. Ha llegado la hora de hablar de los invisibles, de los olvidados, de los que nunca se mencionan. Es este un propósito válido a 50 años del surgimiento del ICAIC en Cuba y en un momento en que ya el cine no se hace como medio siglo atrás.

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